Los tiempos cambian. Y en Santiago, para darse cuenta de ellos, es cosa de mirar el ejemplo del barrio El Golf en Las Condes donde, según el presidente de la Fundación Defendamos la Ciudad, Patricio Herman, “mientras en los años sesenta existía una densidad habitacional de 40 o 45 habitantes por hectárea, en el 2008 después del boom inmobiliario que arrasó con casi todas las viviendas, estamos llegando a los 8 mil habitantes por hectárea”. El cambio es abismante. La voracidad constructiva impone su falta de respeto absoluto por los estilos de vida de aquellos que residen hace muchos años en barrios emblemáticos, y en Chile escasean los criterios de preservación de barrios, “porque se deja que el mercado actúe con absoluta libertad”, afirma Herman. El barrio El Golf fue tal vez un antecedente de lo que después hemos visto en Pedro de Valdivia Norte y en los alrededores de Plaza Las Lilas, en Providencia –por nombrar algunos– donde pareciera que la batalla ya está perdida. Al respecto el arquitecto, ex dirigente de la agrupación Plaza Las Lilas y actual director de Defendamos la Ciudad Víctor García, sostiene que lo más grave es la desaparición de los vecinos. “Las inmobiliarias van a comprar las residencias y, frente a la amenaza de que al lado construyan un edificio o seducidos por los valores que se están ofreciendo, la gente decide vender. Ya sucedió con todas las que rodean la plaza. Lo otro que nos ha afectado es la desaparición de la pizzería y del almacén del barrio, porque cumplían una función social, había todo un encuentro entre la comunidad. De esta forma, el cambio va enfocado a la despersonalización de la plaza, ahora van a llegar vecinos nuevos que nadie conoce, no hay la misma tranquilidad y, al final, esta densificación del suelo va a terminar eliminando las actividades de socialización”. En Ñuñoa se empieza a dar una situación similar. Según la información que maneja la Municipalidad, desde 2005 las inmobiliarias se han interesado en la comuna como nunca antes. De hecho, unos cien edificios de los 120 que se han construido en la zona durante los últimos cinco años se levantaron en los últimos dos. Lo anterior se traduce en la eliminación promedio de cuatro casas por proyecto inmobiliario; en constantes quejas de los vecinos por la excesiva emisión de ruidos y polvo y en la pérdida de luz natural de las casas por la sombra de los edificios, entre otros. No obstante, la llegada de edificios a los barrios ha significado también un aumento de la inversión en seguridad ciudadana, mejoras y ensanchamiento de las calles, cambio de diseño de las plazas, y en algunos sectores mayor accesibilidad gracias a nuevas estaciones de metro, y un aumento en el comercio. Según cuenta la pintora y “ñuñoína acérrima” como se autodefine Concepción Balmes, “temía que fuera demasiado agresivo el cambio, pero creo que los edificios se han sumado al ritmo de Ñuñoa que, a pesar de todo, sigue teniendo su dinámica propia, energía y vitalidad. Por supuesto que los antiguos detalles cotidianos han ido desapareciendo, como la vida en los antejardines, el saludo con los vecinos, la gente paseando su perro. Más que todo ha cambiado el perfil estético; ese sabor y esa pimienta. Las calles son más concurridas y hay una cuestión mucho más urbana e impersonal. Pero no sé si existe alternativa frente a eso, porque de alguna manera todo Santiago ha ido cambiando”.
07 Agosto 2008
El ocaso del barrio tradicional
Son pocos los sectores de la ciudad en que todavía se conservan prácticas urbanas como jugar en las plazas, comprar fiado en el almacén de la esquina o incluso conocer a los vecinos de la cuadra. Blogs El Mercurio 02 de agosto de 2008.
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