19 Febrero 2012

Mundo: La revolución islandesa

Tras la crisis económica mundial, Islandia siguió un camino radicalmente distinto al de Estados Unidos. Su opción fue tocar fondo y construir algo nuevo de manera participativa. La suya es una lección interesante. Por Juan Pedro Pinochet | Gerente general consultora Gestión Social Revista Que Pasa 16 febrero 2012.

Posiblemente para muchos chilenos Islandia nos recuerda a aquel volcán de nombre impronunciable (Eyjafjallajökull) que en 2010 paralizó el tráfico aéreo de Europa. Pero bajo ese manto de cenizas, en este pequeño país de sólo 331.000 habitantes se estaba produciendo una forma participativa de enfrentar la severa crisis económica de 2008.

Para darles un adelanto, hoy Islandia es de los pocos países europeos que lucen cifras de crecimiento, con un pronóstico de 1,5% para 2012 y un 2,7% para el 2013. Mientras países que enfrentaron la misma crisis, como Estados Unidos o España, durante 2011 hicieron frente a manifestaciones sociales que tienen como factor común la crítica al sistema económico.

Para entender esto es necesario analizar la diferencia en la manera en que Islandia y Estados Unidos enfrentaron la crisis del 2008. Por un lado, Estados Unidos salió al rescate de los grandes bancos e instituciones financieras, gastando miles de millones de dólares con el fin de salvar de la quiebra a las mismas organizaciones que produjeron la debacle.

En Islandia, por otro lado, no hubo rescate. Dejaron que los bancos más importantes del país quebraran, provocando una caída de la bolsa nacional superior al 70% y la deuda del país se situó varias veces por encima del Producto Interno Bruto anual. Fueron los islandeses que mediante manifestaciones, "refererendos y cacerolazos" hicieron que el gobierno cayera. Se negaron a pagar la deuda de más de 3.500 millones de euros provocada por los bancos y se mantuvieron firmes, a pesar de que el Fondo Monetario Internacional congeló su ayuda.

Junto a lo anterior, la justicia comenzó a confrontar a los banqueros y ejecutivos culpables del desastre financiero. Asimismo, inició la construcción de una nueva Constitución por medio de una Asamblea Constituyente que apeló a la participación, y en 2010 aprobaron una ley de libertad de información, que resalta el derecho de la ciudadanía a conocer las acciones que emprenden los gobernantes y el ejercicio del periodismo.

A mi juicio, ésta es la verdadera "revolución", la palabra proveniente del latín revolvo, donde se es capaz de volver atrás y comenzar de nuevo.

No creo que las medidas tomadas en Islandia sean o debieran ser aplicadas en cualquier país. Pero sí quiero rescatar lo que parece una sana lección a tomar en cuenta. Para salir de una crisis se puede optar por dos caminos: volver el equilibrio anterior o encontrar una nueva forma de estabilidad. Normalmente, se ponen los esfuerzos en seguir adelante con fórmulas conocidas. Creo que el haber optado por esa salida es lo que nos hizo testigos en 2011 de la "primavera árabe" y el movimiento de los "indignados" que comenzaron en la plaza de Madrid y llegaron hasta Wall Street, epicentro del modelo económico.

Estoy convencido de que hoy debemos optar por el segundo camino. Es un hecho que la sociedad cambió y es indispensable incorporar a la ciudadanía en la forma de hacer gobierno, de gestionar empresas y también de hacer periodismo. Los diferentes actores deben articularse para lograr los cambios y los medios de comunicación deben cumplir su rol social de interpretar e informar esta nueva realidad.

Para muchos puede sonar utópico o incluso terrorífico un modelo de construcción de políticas participativas, pero hace diez años atrás las revueltas que vimos en 2011 podrían haber sido parte de una película de ciencia ficción.

No hay que tener miedo de incorporar a la sociedad. Los ciudadanos somos inteligentes y sabemos que el bien de un gobierno y de una empresa representa el bien de cada uno de nosotros. Participación y transparencia son claves para construir este nuevo paradigma. Su implementación puede no ser simple o rápida, pero sin esta fórmula la erupción del descontento social continuará echando sus cenizas.



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