AREAS VERDES Y OTRAS HIERBAS VERDES (*) "Una ciudad que no organiza sus espacios colectivos es una ciudad sin forma y aquélla que descuida sus áreas verdes, una sin alma”. “Town and Square”. Paul Zucker ABSTRACT: Las áreas verdes constituyen una herencia generosa, producto del amor de un(os) ciudadano(s) por su ciudad; en sus múltiples expresiones son obras de arte colectivas que han tomado años, incluso siglos, en plasmarse y, por lo mismo, constituyen un patrimonio ciudadano inalienable, por lo que nadie tiene el derecho de dilapidarlas ni enajenarlas. ¿Qué tienen en común pintarle bigotes a la Mona Lisa, cubrir el pene de Zeus o Poseidón con una hoja de parra, interpretar la partita en re menor en marimba y colgar publicidad sobre senos artificiales de los muros de la Biblioteca Nacional? Mucho, ya que revelan ignorancia, desenfado y arrogancia hueca. Estridencias de incultos cuyo gesto, celebrado sólo por sus galerías, muestran las hilachas de sus autores. A estas audacias trogloditas se suma la pretensión de cercenar hasta un 20 % de las áreas verdes, entregándolas a la voracidad de tipos bien conectados, informados y con ansias horribles de progreso. ¿Por qué son acciones propias de incultos desenfadados, reñidas con la historia y el patrimonio cultural de toda sociedad? Porque desprecian el hecho que son obras producto de un esfuerzo individual o colectivo de creación que no tiene precio, al igual que un área verde que ha tomado años, incluso siglos, en adquirir su forma. Al respecto, el Circo de Domiciano- nombre de un déspota romano poco avispado y quien gobernara entre los años 81 y 96 y muriera asesinado- dio paso a la Plaza Navona de Bernini, Borromini, Rainaldi y otros, 1500 años más tarde, ya que sólo por los años 1650 se iniciaron los trabajos, terminados casi tres siglos después. Como para desesperar a cualquier autoridad minvuna quien, seguramente, a los 1499 años habría sentido la irresistible tentación de modificar el plan regulador respectivo y autorizar la construcción de un rascacielos medieval de 4 pisos de altura, con un índice de constructibilidad 4 y una rasante medida a partir de las costas del Mar Tirreno. LAS AREAS VERDES: UNA HERENCIA GENEROSA. A lo largo de la historia, un rey, un señor, un municipio, una agrupación de ciudadanos, un filántropo o un inversionista inmobiliario tuvo la valentía de resistir la freudiana tentación de rellenar todos los espacios de la ciudad con edificios y calles, entregando a la posteridad lo que sería un área verde o bien, éstas fueron el producto de una visión de la ciudad y una normativa que hoy no existen simplemente. Por suerte, aquí y allá están diseminados los miles de plazas, parques, clubes privados, costaneras, paseos, miradores, quebradas, reservas que nos legara gente con una mayor sensibilidad que la nuestra. Hoy en día, este acto de desprendimiento ciudadano o generosidad cívica casi no existe. Alguien ha dicho que hay muchas áreas verdes sacrificadas para construir conjuntos mediocres, pero no hay un sólo ejemplo de terreno construido, por mediocre que sea, que haya dado paso a un área verde. A pesar de la exageración, no se puede negar que los donantes de terrenos para áreas verdes son cada vez más raros y ello es ya una poderosa razón para no dilapidar estos bienes colectivos. Gracias a que son el resultado de un acto de amor entre algunos individuos y su ciudad adquieren la categoría de bienes preciados, a semejanza de las joyas y recuerdos de una familia y uno no permite que las joyas sean vendidas a vil precio para que el señorito descarriado o el personaje dotado de una autoridad circunstancial o las llaves del ropero liquiden el patrimonio familiar o urbano. LAS AREAS VERDES: UNA OBRA DE ARTE COLECTIVA. Los terrenos así transmitidos a la posteridad, primero, sirvieron para que los animales pastaran, luego, para que los perseguidos religiosos o políticos se ampararan o los campesinos ofrecieran a los citadinos los frutos de su trabajo, posteriormente, para que las tropas y los jóvenes se pavonearan, los adultos conversaran y los viejos añoraran o sirvieran de teatro a espectáculos sanguinarios, religiosos, políticos o simplemente el ocio. Estos espacios fueron diferenciándose funcionalmente según su relación con los usos del suelo aledaños, las densidades, su ubicación, su accesibilidad, etc. Cada espacio fue, poco a poco, enriqueciéndose colectivamente. Un templo, un cabildo, un museo, un teatro, una pileta, un trofeo de guerra, un macizo boscoso, un campo deportivo privado, jardines, lagunas, senderos, bancos, miradores, etc. vinieron a añadir y a realzar el prestigio de cada uno de ellos. Al prestigio se sumó un valor simbólico: el ciudadano comenzó a amar estos espacios, a sentirse representado, a identificarlos como los lugares que acogían sus necesidades de convivencia, esparcimiento y reposo. La plaza de Tenochtitlán debió maravillar a los invasores por su belleza y animación. La destruyeron igual, pero ya la Conquista terminó, a pesar de algunos señorones. LAS AREAS VERDES: UN PATRIMONIO CIUDADANO INALIENABLE. Estas áreas heredadas y habilitadas colectivamente durante años, forman parte del patrimonio material y cultural de una sociedad, por muy descuidado y maltratado que se encuentre y su expropiación al revés- vender a vil precio un bien público o privado a un particular- es no sólo una estupidez imperdonable sino una decisión anticonstitucional. Al respecto: El Artículo19º, Nº 23: otorga a los ciudadanos “la libertad para adquirir el dominio de toda clases de bienes, excepto aquéllos que la naturaleza ha hecho comunes a todos los hombres o que deben pertenecer a la Nación toda y la ley lo declare así” y El Artículo104: establece que la administración del Estado debe propender a un “desarrollo armónico y equitativo”, del cual- salvo la opinión de algunos libremerchantes endurecidos- forman parte las necesidades de esparcimiento y ocio. En lugar de atentar contra las áreas verdes, cabría iniciar un real proceso que reuniera esfuerzos gubernamentales, privados, municipales y ciudadanos para habilitar masivamente áreas verdes a escala nacional, con los consiguientes beneficios en términos de empleo, ambientales, estéticos y culturales. Para terminar, rechazamos categóricamente la obtusa noción que sólo seremos modernos y desarrollados y, por lo tanto, preocupados por estos tópicos, cuando hayamos alcanzado el nivel de los $US 25.000 de ingreso anual per cápita. Héctor R. Arroyo Llanos arquitecto y urbanista Montreal, 2009.09.14 (*) Publicado: Revista CA Nº 108. 1er trimestre 2002 / Pág. 29
14 Septiembre 2009
Caballos y yeguas desbocados
Ante la pretensión descaballada de los propietarios circunstanciales del Club Hípico de Santiago y los malabares de autoridades- más circunstanciales aún- con el objeto de enajenar para fines de lucro corto de vista una parte de su superficie, saco de uno de mis cajones un antiguo documento cuya actualidad sigue vigente, ya que la lucha ciudadana por evitar que se aniquile lenta y mercantilmente el patrimonio urbano verde, el más frágil e indefenso dada la apetencia inconfesada por apropiárselo y la extrema facilidad con que autoridades flexibles y diestras firman la autorización para cambiar su uso, continúa.
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