Este empedrado hecho por artesanos, de enorme valor económico, paisajístico y cultural, cada día va desapareciendo bajo capas de asfalto, como soporte a la modernidad. Un testimonio urbano que podría quedar cubierto por una gruesa alfombra gris si no fuera por gente empecinada en sacarle lustre. Texto, Cintya Ramírez Fuentes Fotografías, Homero Monsalves "Yo no cambiaría los adoquines de Santiago. A pesar de que cuando llueve son resbaladizos y algunos sectores están muy disparejos, son más estéticos y duraderos que el asfalto", opina un hombre que hace cincuenta años los recorre para llegar a su casa en Vivaceta. "Antes todas las calles eran así, y es hermoso que mantengan algo de lo antiguo entre todo el resto que es tan nuevo", dice una vecina de la comuna de Providencia. Y luego de contar que su familia ha vivido allí por treinta años, otra mujer agrega que "se han echado abajo tantos edificios que dejar los adoquines en paz es una buena forma de conservar el espíritu de la ciudad". Los adoquines forman parte del trazado de Santiago hace unos 150 años. De hecho, de acuerdo a una investigación realizada por el Consejo de Monumentos Nacionales, aparecieron en Chile durante la década de 1870 cuando el intendente Benjamín Vicuña Mackenna propuso, entre otras mejoras urbanas, el empedramiento de las calles de tierra. Así, mientras en los paseos públicos se usó macadán y en los caminos apartados piedras de río, en las arterias de la ciudad se optó por el adoquín. La primera cuadra de la calle Estado fue la elegida para comenzar con la pavimentación. En ella, catorce mil adoquines- dos mil de ellos regalados por la ciudad escocesa de Edimburgo y dos mil por la firma "Thomas La Chambre i Cia." de Cherburgo, Francia– fueron dispuestos por obreros de Conchalí especialmente capacitados para recolectar rocas en una cantera de granito cuarzoso y posteriormente dedicarse a su corte e instalación. Asimismo, los llamados "Canteros de Colina" –un tradicional pueblo de adoquineros y verdaderos escultores en piedra que aún realizan su oficio–, fueron los encargados de dar forma a calles tan antiguas de Santiago como son la Alameda Bernardo O'Higgins, Vivaceta, Avda. Matta y la que por estos días ha sido tema de discusión, Avda. Pedro de Valdivia. Ésta, según ha estudiado el equipo de urbanismo de la Municipalidad de Providencia, fue pavimentada entre 1901 y 1928, otorgándole a la zona un aspecto señorial acrecentado con frondosos árboles y casonas de refinada arquitectura. Un material en extinción Las necesidades y características del transporte urbano han llevado a repavimentar con asfalto una a una las calles de Santiago. Menor costo de instalación, cuidado y mantención; menos ruido; más rapidez en los traslados y más seguridad en días de lluvia son algunas de las razones de la reconversión que hoy alcanza a ejes como Franklin y 10 de Julio Huamachuco. Pero hay opiniones divergentes en cuanto a la necesidad de hacer el cambio, como la del arquitecto Sebastián Gray, un convencido de que no hay ninguna razón para demoler los adoquines de Santiago. "El empedrado tiene un valor económico, paisajístico y cultural. Es un pavimento extraordinariamente noble y resistente; su colorido y brillo constituyen una singular atmósfera, su textura aminora naturalmente la velocidad de los conductores y es sencillo de mantener y de tratar contra el agua mediante un cepillado mecánico". Entonces, ¿por qué el adoquín está desapareciendo si incluso en las más transitadas urbes europeas se conserva sin problema? El director del Serviu Metropolitano, Andrés Silva, explica que en Chile no existe la tecnología necesaria ni el presupuesto para costear la mano de obra que se requiere: "Reparar 9.000 m2 con recapado asfáltico, superficie que podría ser la de Teatinos o Brasil por ejemplo, cuesta aproximadamente 150 millones de pesos. Recuperar dos pasajes patrimoniales con adoquines, como lo hicimos con Lucrecia Valdés y Hurtado Rodríguez en la comuna de Santiago, puede alcanzar el mismo valor". Así, "en el 70 u 80% de los casos el adoquín se mantiene como soporte quedando como una potente base para el asfalto", revela Silva. De lo que se saca, la mayoría es usada en proyectos de paisajismo urbano, como se puede ver en el bandejón central de Avda. Matta o en la subida vehicular del cerro Santa Lucía; pero al parecer nadie sabe lo que sucede con el resto de los adoquines que se extraen, esos que simplemente desaparecen. Algunos dicen que van a parar a manos de particulares y otros, que las propias municipalidades se encargan de venderlos. Como sea, está claro que en el último tiempo más personas se interesan en su conservación. Quedó de manifiesto en Providencia, donde el alcalde de la comuna, Cristián Labbé, se opuso a la repavimentación de Manuel Montt y Pedro de Valdivia y se comprometió a presentar un proyecto alternativo. La idea de conservar los adoquines pretende "defender el patrimonio urbanístico de estas nobles avenidas", afirma Labbé. A raíz de esa polémica, diversas organizaciones que buscan preservar la identidad urbana también alzaron su voz. Patricio Herman de "Defendamos la ciudad", considera que lo ideal sería "recuperar las calles con adoquines, arreglar los sectores en que estén en muy mal estado y con eso mantener ese estilo atractivo y elegante". Por su parte, el Consejo de Monumentos Nacionales (CMN) está tomando cartas en el asunto. Con el único fin de conservar el pavimento nombró Patrimonio Histórico a la calle Antonio Ricaurte en Santiago y está en conversaciones con la Municipalidad de Providencia para hacer lo propio en las avenidas Pedro de Valdivia y Manuel Montt. El secretario ejecutivo del CMN, Óscar Acuña, considera que mantener los adoquines se traduce en "rescatar una parte de la historia que a veces pasa inadvertida, pero que es importante para nuestro país y que no puede quedar simplemente cubierta de asfalto". Cintya Ramírez Fuentes.