11 Abril 2019

LA CASA DE DON MIGUEL

Por Jorge Lillo

Pasé siempre por afuera cuando la estaban creciendo: mucha gente construyendo para la UNCTAD tercera.

Eficiencia verdadera la levantó en nueve meses, y hoy día me enorgullece la Casa de Don Miguel, pues recuperó el papel cultural que se merece.

Por su casa, de visita, estuve con otros miles en los tiempos en que Chile solucionaba sus cuitas.

Todos nos dábamos cita haciendo planes de vida; la mesa era compartida por toda generación: eran tiempos de ilusión, y de entrega sin medida.

El arte entraba en su casa como Pedro por la suya y todavía me arrulla esa emoción que traspasa.

Esta era nuestra plaza llena de cantos y trinos; soñábamos un destino que nos diera libertad, y su casa era, en verdad, como un faro en el camino.

La su casa fomentaba el encuentro ciudadano: extranjeros y paisanos, a todos nos aceptaba. Cada quien, aquí llegaba como a su casa natal, pues con sentido social –el que usted siempre ha tenido– fue nuestro árbol preferido,  el hogar de la unidad.

Pero vino el apagón de violencia desatada y su casa fue robada por la desleal traición. Se convirtió en un bastión de macabras oficinas que en  maniobras asesinas mancillaron nuestras vidas.

Es vergüenza todavía: la traición no termina.

Mas todo tiende a su cauce, y su casa, nuevamente, va cobijando a la gente como las ramas de un sauce.

Al hacer este balance, Don Miguel, quiero expresar mi admiración sin igual por su constante tarea.

Con su Ana Barrenechea,

¡Viva el Premio Nacional!

 

JORGE LILLO / 10 DE ABRIL DE 2019

 



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