Columna de Alexander Schubert*, publicada en el Mostrador 04 de noviembre de 2008. Durante lo que va del presente milenio, un actor predilecto de decenios anteriores pareció desaparecer por completo del escenario de la economía mundial: la deuda externa de las naciones. Con la crisis global del crédito, la masiva destrucción del capital bancario y la desvalorización de los papeles que representan activos financieros, la deuda externa vuelve a irrumpir en escena. Esta vez con tal magnitud, que las cifras anteriores parecerán juego de niños. Así, el Fondo Monetario Internacional y sus recetas económicas podrán revivir como nunca se hubiera pensado. Con el boom de los precios de alimentos y materias primas y los flujos de capital hacia los países “emergentes”, las reservas internacionales de muchos países crecieron de manera inusitada. En consecuencia, el FMI y el Banco Mundial debieron agachar la cabeza. A falta de demanda por sus créditos, sus propias finanzas comenzaron a decaer. La reducción del negocio del FMI llegó a tal punto, que Rodrigo Rato pensó en transformar al FMI en una gran consultora capaz de cobrar por sus “consejos”, aunque no prestase un centavo. Hoy, la crisis mundial sale al rescate de estas instituciones. Vuelven los dinosaurios con sus recetas anacrónicas, para empobrecer a millones y millones de personas con un solo fin: rescatar el capital de unos pocos. A pesar de toda la verborrea rimbombante de más de un Presidente de turno, la deuda externa no desapareció, sino se transformó en algo mucho peor. De “deuda” pasó a ser “inversión”. Pero no inversión productiva, sino financiera. Las economías “emergentes” pasaron ocupar el lugar de prima donna de los “inversionistas” de los países capitalistas desarrollados. En esas economías, estas “inversiones” indujeron un grandioso aumento de los créditos hipotecarios y de consumo, y con ello, impulsaron su crecimiento económico. Tanto fue el entusiasmo, que uno tras otro, los máximos representantes de estos países comenzaron a creer que cualquier crisis de la economía mundial no los iba a afectar. Hubo quienes, incluso, dijeron que si se producía tal crisis, precisamente la condición “robusta” de las economías emergentes iba a mitigar sus efectos y contribuir a la rápida recuperación mundial. Pero la realidad fue y es otra. Si bien algunos estados altamente endeudados comenzaron a refinanciar sus deudas externas en los mercados locales, su integración en el circuito internacional del crédito se profundizó tremendamente. Se creó una verdadera “época de oro” de la banca internacional, reflejada en datos recientes del Banco de Pagos Internacionales. Tan sólo entre fines 2003 y mediados de 2008, las “inversiones” de la banca internacional en los países en desarrollo aumentaron de $ 750 mil millones a US$ 2,2 trillones. Mundialmente, las inversiones de los bancos respectivos alcanzan ahora la friolera de US$ 40 trillones. Fueron precisamente estos los años de expansión de la banca española en América Latina, de la británica en Asia, y de la de europea occidental en los países en “transformación” de Europa Oriental. Bajo estas condiciones siempre fue absurdo suponer que los “países emergentes” podrían escapar de los efectos de una contracción crediticia mundial. Hoy los “sospechosos de siempre”, más algunos nuevos en la lista, están quedando al borde de la quiebra precisamente por esa contracción. Y con ello suena otra vez la hora de los dinosaurios del FMI. Ucrania, Hungría, Bielorrusia y Paquistán ya han golpeado las puertas en Washington. Turquía y otros, entre los que pronto podrían estar Argentina y también Brasil, más muchos otros, podrán verse obligados también a hacerlo. Sin embargo, el FMI dispone sólo de US$ 200 mil millones, suma ridículamente pequeña para los montos que tan sólo la lista de candidatos inmediatos necesitaría refinanciar. Junto con propagar sus viejas recetas, obligando a los países deudores a subir las tasas de interés (cuando los bancos centrales de los países desarrollados precisamente las están bajando a cero y, en términos reales, a valores negativos), y exigir recortes presupuestarios (también contrario a lo que están haciendo los países desarrollados), el FMI deberá reiniciar su ofensiva para conseguir más dinero. Gordon Brown, campeón del intervensionismo actual, ya ha hecho los cálculos: son más de $ 600 mil millones los que el FMI necesitará para parar la primera avalancha de solicitudes. Con eso, sin embargo, no se alcanzaría a cubrir ni siquiera una pequeña proporción de las posibles pérdidas que los bancos transnacionales pueden sufrir en los “países emergentes”. Igual, los dinosaurios del FMI, con su Director General a la cabeza, habrán de resucitar alegremente. Después de verse casi agónicos, disponer de US$ 600 mil millones para distribuir a los bancos internacionales, a través de los estados deudores, no es poca cosa. Además, todo indica que estamos ante las puertas de una nueva discusión sobre los derechos especiales de giro. Aunque nada pueda contribuir a amortiguar las pérdidas que se pretende refinanciar ahora con el FMI, para éste será una excelente tribuna para demostrar su renovada importancia para la economía mundial. Así, los viejos protagonistas de la deuda externa volverán a juntarse en un nuevo festín. En el camino quedarán las “metas del milenio” y cualquier ilusión de superar la pobreza en tiempos razonables.
04 Noviembre 2008
El retorno de los dinosaurios
Columna de Alexander Schubert*, publicada en el Mostrador 04 de noviembre de 2008.
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