Columna de opinión de Hans R. Herren, publicada en Agencia IPS, abril 2008. Para la mayoría de la gente en el mundo industrializado y en las clases media y alta de los países en desarrollo, la agricultura moderna puede ser considerada como un acontecimiento exitoso sin precedentes en la historia de la humanidad, pero la cruda realidad contradice ese juicio. Entre 1960 y 2000 la población mundial se duplicó al pasar de 3.000 a 6.000 millones de personas, mientras la producción de alimentos se incrementó en 2 ½ veces. Los beneficiarios de esta munificencia saben que sus alimentos son seguros y variados. Sin embargo, esos beneficios estás distribuidos desigualmente y llegan a un precio cada vez más alto para los pequeños agricultores, los trabajadores, las comunidades rurales y el ambiente. Por lo tanto, es necesario un cambio en la ciencia y en la tecnología de la agricultura. La agricultura moderna, tal como hoy se practica en el mundo, significa que nos estamos devorando nuestro patrimonio. Está explotando excesivamente el suelo, nuestro recurso natural básico, y es insostenible porque hace un uso intensivo tanto de la energía proveniente de los combustibles de origen fósil como del capital, al mismo tiempo que básicamente no tiene en cuenta los efectos externos de su actividad. A esto se ha agregado recientemente el empleo de algunos productos básicos como el maíz para producir biocombustibles, llevando a las nubes los precios de esos productos. El mundo en desarrollo va en la misma dirección, salvo que hace un uso menos intensivo del capital y emplea en su mayor parte energía humana. Un estudio elaborado durante cuatro años, la Evaluación Internacional de la Ciencia y la Tecnología Agrícolas para el Desarrollo (IAASTD), fue acometido por iniciativa de la Cumbre Mundial para el Desarrollo Sostenible realizada por el Banco Mundial y la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) en 2002 en Johanesburgo. El informe final de este estudio será divulgado el 15 de abril en Londres, Washington y Nairobi. Nuestro cometido era el de analizar no sólo la producción de alimentos aisladamente sino también en relación al hambre, la pobreza, el ambiente y la equidad en relación. De modo que nos propusimos estudiar de qué modo la sabiduría agrícola acumulada de la humanidad –conocimientos, ciencia y tecnología- nos ha conducido durante el último medio siglo a la actual situación. También debíamos sugerir opciones para enfrentar los conocidos desafíos de cómo alimentarnos de un modo sostenible tanto social como ambientalmente en los próximos 50 años. Hemos llegado a la conclusión de que sin cambios radicales en el modo en el que el mundo produce sus alimentos el planeta sufrirá daños duraderos. Nuestro informe es abiertamente a favor de los pobres. Toda nuestra evaluación rotó alrededor de los objetivos de rediseñar la agricultura para reducir la pobreza y mejorar las condiciones de la vida rural y la salud humana. Pero eso no nos hace enemigos de los ricos, aunque debemos reconocer que algunos pueblos están consumiendo más de lo que les correspondería de existir un reparto equitativo de los recursos del planeta. En el informe decimos explícitamente que China e India están ahora compitiendo seriamente por porciones cada vez más grandes de los recursos naturales globales, tal como lo han hecho los países desarrollados durante muchas décadas. La realidad es que cada país necesita vivir de acuerdo con sus medios, de modo que América del Norte y Europa deberían hacer ajustes al respecto y aprender a hacer más con menos. Una de nuestras conclusiones es que los países más pobres del mundo son netos perdedores en la mayoría de los escenarios de la liberalización comercial. Identificamos algunas “actitudes políticas y económicas conflictivas”. Específicamente, ello se refiere a los muchos países desarrollados que se oponen profundamente a cualquier cambio en los regímenes de comercio o en los sistemas de subsidios. Sin reformas en estos aspectos muchos países más pobres tendrán tiempos muy difíciles porque necesitan en primer lugar proteger su propio desarrollo. También somos críticos acerca de la agricultura de las grandes corporaciones orientada al lucro, que continúa prosperando en el no reformado sistema que tenemos actualmente. Este sistema mantiene su dominio en el Norte y ahora está siendo exportado cada vez más hacia los países pobres del Sur. El informe está dirigido a los hacedores de políticas que deben tomar decisiones financieras y también al público en general. En muchos países los alimentos son algo que en gran parte se da por sentado que están disponibles, mientras que los agricultores son pobremente recompensados por su papel consistente en poner los comestibles en la mesa. Las inversiones en ciencia agrícola y su extensión a los agricultores han disminuido a lo largo del tiempo, aunque siguen siendo urgentemente necesarios el desarrollo y la difusión de soluciones sostenibles, ambientalmente seguras y equitativas para la producción de alimentos. Si seguimos con las actuales tendencias en materia de producción de alimentos agotaremos nuestros recursos naturales y pondremos en peligro el futuro de nuestros niños. Invertir en nuestro sustento debería ser el más básico empeño de la humanidad. (FIN/COPYRIGHT IPS) (*) Hans R. Herren, copresidente de la Evaluación Internacional de la Ciencia y la Tecnología Agrícolas para el Desarrollo (IAASTD) y presidente del Millenium Institute.
15 Abril 2008
LA AGRICULTURA MODERNA CONDUCE AL DESASTRE ECOLÓGICO- HUMANO
Columna de opinión de Hans R. Herren, publicada en Agencia IPS, abril 2008.
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