06 Marzo 2008

César Barros, mercado, ética y empresa

Esta carta de Rafael Bravo fue vetada en revista "Qué Pasa" y por ello se publica en "Defendamos La Ciudad".

Carta de Rafael Bravo Lyon, enviada a Revista "Qué Pasa" y no publicada por dicho medio. Santiago, 4 de marzo de 2008. Muy fecundo el trío de artículos relacionados con Cruzat, Landerretche y Barros(QP 8.02.2008): uno querible, confiable, discípulo misionero, con sentido de trascendencia (¡hijo de tigre!); otro, tecnócrata racional, amplio de criterio, desapasionado, sólido y de gran libertad interior para buscar la cuota de verdad que hay en todas las visiones del mundillo de los economistas; y el tercero, hombre de acción pero de bajo nivel intelectual, honesto, de corta visión pero fiel a su mundo empresarial y gremial. Alguien que no es muy fuerte en el plano de los principios y valores, pero que aspira a ser un intelectual, y se esfuerza por hilvanar un discurso de apariencias éticas con una sola motivación más o menos oculta: facilitar la maximización de las utilidades para él,para sus accionistas y para su gremio (en ese orden), en la senda de los Piñera, Yuraszek, Luksic, Angellini, Saieh… Con gran fuerza el señor Barros declara algunas convicciones de orden general que quedan bien resumidas en algunas de sus frases, las que, por lo demás, reflejan un parecer ampliamente compartido en nuestro país por profesionales bien informados, cultos y no ideologizados. Entre esas declaraciones que conviene recordar están: “los mercados regulados y dirigidos centralmente rara vez funcionan bien…mientras más control y más planificación central, mayor resulta el descalabro”.Y da ejemplos paradigmáticos al respecto. Un cambio de reglas (impulsadas por el anunciado racionamiento), dice, “nos traerán más regulación y menos mercado”. El artículo de dos páginas, del señor Barros, apunta a señalar como origen de las penurias energéticas que se avizoran, al atraso en la puesta en marcha de megacentrales hidroeléctricas debido a las malévolas acciones de quien parece ser para él, el enemigo público número uno, lo que en lenguaje económico se llamaría el sujeto agregado ¡“los ambientalistas”!. Para el señor Barros si el Gobierno valida algunos de los argumentos de éstos lo hace por simple “temor” o “pánico a las ONG ambientalistas… demorando cuando no impidiendo la realización en tiempo y forma de proyectos eléctricos que nos habrían salvado de los racionamientos”. Para el desinteresado y patriota señor Barros, ellos se¬rían “…grupúsculos de millonarios extranjeros, figuras de Hollywood y socialités que hacen presión para seguir disfrutando del rafting en la Patagonia, mientras viven sin apagones en Nueva York o San Francisco”. Más adelante agrega: “Resulta notable que individualidades de alguna fama, junto a millonarios que entregan migajas a grupúsculos que no representan a nadie hayan podido generar tal grado de incertidumbre en la industria energética y hayan puesto en jaque a la sociedad chilena completa”. ¡Curiosa ecuanimidad argumental la del joven Barros!. Aflora en él una pizca de fanatismo, aparentemente arrastrado por su juventud e inmadurez, la única enfermedad que se quita con los años. Según Chesterton, el fanatismo es la incapacidad de concebir seriamente la posibilidad de que haya honestidad y racionalidad respetable, en quienes piensen distinto a uno. En mi opinión estas declaraciones, así como muchas otras que en esa línea desliza en su artículo el señor Barros, son un insulto a la inteligencia. El parece creer que los chilenos somos todos imbéciles. Conviene gravar a fuego en nuestra memoria estas firmes declaraciones para el bronce de don Oscar. Invito a los más sólidos señores Cruzat y Landerretche, a tomar palco para disfrutar con las volteretas conceptuales y juegos verbales de ese señor cuando lea lo que sigue, e intente responder, espero, en algún número futuro de Qué Pasa (en el supuesto de que la conocida amplitud de la línea editorial de QP le permita, señor Director, publicar esta carta): Hoy muchos chilenos creen que en el área privada de nuestro país opera una economía de libre mercado.Y que al menos eso es acá lo políticamente correcto. Entre esos chilenos no incluyo a los Barros, Piñera, Yuraszcek ni a casi ninguno de los grandes “emprendedores” de hoy, los nuevos ricos de Chile. La verdad es que esa creencia impuesta por la publicidad machacona, explicita o subyacente en artículos de todos los medios de comunicación, incluido QP -controlados en forma férrea por las dos cadenas periodísticas que mandan en Chile- está lejos de ser correcta. No pasa de ser un masivo mito urbano. Me explico en el breve espacio de que dispongo: Para que una empresa pueda desenvolverse en la economía formal; para que pueda limitar los riesgos que a suma él o los “emprendedores”; y/o para superar los niveles de operación propios de una micro o pequeña empresa, ella debe legalizarse. Puede que eso no lo sepa el señor Barros, pero ciertamente lo saben sus abogados. Esa es una condición sine qua non. Para legalizar “su” empresa los “emprendedores” deben adoptar alguna de las personas jurídicas que la ley contempla: sociedad anónima, sociedad de responsabilidad li¬mitada, sociedad en comandita, sociedad cooperativa, etc. De modo que todas las personas jurídicas elegibles para legalizar empresas que valoren la generación de utilidades, son sociedades. Como consecuencia de ello, en la economía libre de hoy, todo empresario que desee legalizar su empresa se encuentra frente a una nueva versión de la conocida frase de Henry Ford: usted puede comprar un Ford del color que quiera, siempre que sea negro. En la llamada economía libre de hoy, al legalizar su empresa usted puede elegir la persona jurídica que de siempre que sea una sociedad. Vale decir siempre que ella sea diseñada y gestionada por sus accionistas o los delegados de éstos, y que tenga como objetivo supremo maximizar las utilidades para esos mismos accionistas detentores del poder, aunque ello implique esquilmar y perjudicar al resto de los stakeholders. Es la intervención del Estado distorsionando en forma transversal ¡TODA! la vida económica nacional en favor de la injusticia institucionalizada y de la expoliación nacional. Ciertamente el tema inadvertidamente planteado por el señor Barros no es moco de pavo. Para emplear la expresión de ese señor habría que decir que esa grave intervención permanente del Estado nos lleva a paso acelerado hacia el descalabro nacional. Cabe señalar que esa expoliación no es producida por los ciudadanos chilenos cuyos intereses el señor Barros declara representar, si no por las enor¬mes cor¬poraciones transna¬cionales que desde 1990 controlan a los sucesivos gobiernos del país (al respecto conviene ver la recien¬te entre¬vista al senador Zaldívar en el Canal del Senado), empresas que con el apoyo, venalidad y/o connivencia transversal de al¬gunos de los más conno¬ta¬dos personeros del aparato esta¬tal (incluido el Congreso), hoy saquean nuestros recursos naturales y ex¬po¬lian a nuestro sufrido país, ante la mi¬rada sonriente y bonachona de los sucesivos, soborna¬dos e irrespon¬sa¬bles go¬bier¬nos de la Concertación. Estando suficientemente explicado lo anterior, al menos para quien quiera entender –un amigo suele decir que no hay peor ciego que el que no quiere oir- espero contar con el apoyo del señor Barros, para que a¬plicando sus claros principios y firmes valores, logremos que en forma transversal todos los políti¬cos, econo¬mistas, em¬pren¬de¬dores y escribidores, que han llenado páginas y páginas declarando su oposi¬ción a la nefasta interven¬ción del Estado restringiendo la libre competencia y demases (como dicen los huasos), nos unamos en una cru¬¬zada para superar la actual situación monopólica en virtud de la cual sólo controla¬dores de figuras jurí¬di¬cas de contratos de sociedad -con beneficios extras si ellos no son ciudada¬nos chile¬nos (maravíllese el pa¬trio¬ta Ba¬rros)- puedan levantar y mangonear organizaciones empresariales modernas y eficientes, a condición de que ellas no sean democráticas, no sean respetuosas del bien común ni de la propiedad ajena, y que actúen en for¬ma siempre depredadora y letal para el futuro de Chile y de nuestros nietos, incluidos los suyos, señor Barros. No puedo terminar esta nota sin aclarar al señor Barros que no practico rafting (por nada del mundo, ni a¬ma¬rrado, me subiría a uno de esos aterrantes botecitos). Soy ciudadano chileno viejo, o si lo prefiere soy un ciu¬da¬dano viejito (pero empeñoso). No soy ecologista profundo. No co¬noz¬co Holly¬wood. Vivo en Santiago en un barrio de clase media. No tengo ninguna posibilidad de llegar a ser un so¬cia¬¬lité.Soy inmensamente pobre. Creo firmemente en Cristo y en el poder del amor, la justicia y la verdad. Me niego a aceptar el he¬cho de que en el mundo real de hoy, no basta con tener la razón, es necesario tener la fuerza necesaria para respaldarla ante los pode¬res fácticos (¡Poderoso señor es don dinero!). Co¬mo Ret Butler soy un eterno defensor de causas per¬didas (¿se acuerda señor Barros de ese personaje de la pelí¬cula “Lo que el Viento se Llevó”?). Por eso lu¬cho, contra toda esperanza, en defensa del aún precioso valle del Huasco, y contra el letal proyecto Pascua La¬ma de la transna¬cional Barrick Gold, la que espe¬ro usted sepa señor Barros, no está controlada por los humil¬des ciuda¬danos chi¬lenos, la defensa de cuyos intereses usted de¬clara estar asumiendo (desde hace poquísimo tiem¬po, digá¬moslo de paso. Con este defensor Chile y los chi¬lenos estamos definitivamente perdidos). Soy mo¬mio a la vela por tradición y doctrina. No milito en nin¬gún partido político. No re¬presento a nadie. Nadie me financia. Vivo con los exiguos ingresos de mi magra jubilación. Creo ser u¬no de los más fie¬les seguidores del pensa¬mien¬¬¬to de Jaime Guzmán. Y, para colmo, creo no ser un completo imbécil.



Inicia sesión para enviar comentarios