Columna de opinión de José Zalaquett, publicada en diario El Mercurio el 25 de noviembre de 2007. Durante años, Beethoven estuvo pleiteando con su cuñada por la tuición de su sobrino. En esa época campeaba la justicia de clase y lo que obsesionaba al gran compositor era no sólo quedarse a cargo del hijo de su hermano difunto, sino que el juicio se tramitara en un tribunal para nobles. Hoy, en cambio, no hay clases privilegiadas. Bueno, eso es lo que dice la ley... La verdad es que, citando una vieja frase, que no porque tenga resonancias marxistas deja de ser verdadera, todavía, en buena medida, el código penal es para los pobres y el código civil para los ricos. Dicho más precisamente, hay dos códigos penales, uno para los don nadie de este mundo y otro para los que cometen delitos económicos. A diferencia del delincuente pasional, el transgresor económico hace un cálculo de costo-beneficio. Si la sanción que podría recibir es menor que la utilidad que espera obtener, le "echa pa'elante", más aún si la probabilidad de ser condenado no es alta. Si además puede pagar abogados de elite que, llegado el caso, aseguren un buen resultado o dilaten una sentencia adversa por muchos años, no hay dónde perderse. Piénsese en las condenas aplicadas en Chile por delitos tributarios o por violación de normas de conflictos de intereses, en perjuicio de miles de accionistas, y se tendrá una idea de cómo opera el cálculo de estos delincuentes. ¿Abuso de información privilegiada, en desmedro del resto del mercado? En Chile sucede a cada rato. Mire Ud. las cotizaciones de la bolsa y, de tanto en tanto, advertirá que el precio de una acción se dispara. La última fue MADECO. Las noticias que explican el alza se hacen públicas días después;... es decir, después que los avispados hayan cosechado su parte. Este tipo de infracciones es sancionado severamente en los países más avanzados. Un amigo me contaba que, de visita en Europa y cenando en casa de un empresario, le preguntó a su anfitrión sobre cómo venían los resultados de su empresa. La respuesta fue: "si le dijera, estaría violando la ley". La lógica de estas reglas es simple: el hombre de negocios se mueve por amor al emprendimiento pero, más aún, por interés personal. Lo primero puede llegar a ser muy imaginativo; lo segundo, que suele tener más peso, tiende a ser despiadado. El secreto de una economía bien organizada consiste en fomentar los aspectos creativos y regular las tendencias depredadoras. El sistema de mercado podrá tener todos los defectos que se quiera, pero si está debidamente regulado (no asfixiado; simplemente ordenado), es, tal como se dice de la democracia, el menos malo de los sistemas. En un mercado razonablemente organizado con estímulos y controles, gana más dinero quien ofrece algo de más calidad y a menor precio. Así, todos se benefician. Pero está claro que si un jugador puede obtener las mismas o mayores ganancias jugando con los dados cargados (llámese proteccionismo estatal, control monopólico o información privilegiada), en la mayoría de los casos no vacila. Es parte de la naturaleza humana. En cambio, en nuestra cultura empresarial, todavía se alega que asegurar por ley igualdad de condiciones a todos los agentes del mercado es sinónimo de estatismo, que denunciar conflictos de intereses es dudar del honor de los involucrados y que debe privilegiarse la autorregulación. La creatividad no se decreta; se estimula. El instinto depredador no se deja suelto; se lo regula. Es tarea de las políticas públicas cumplir ambos objetivos. Y hacerlo bien.
26 Noviembre 2007
Delitos de caballeros
Columna de José Zalaquett, publicada el domingo 25 de noviembre de 2007, de Artes y Letras de El Mercurio.
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