Columna de opinión de Manuel Riesco, publicada en el Mostrador el 13 de agosto de 2007. Seguir la evolución de la economía en la prensa financiera internacional ofrece por estos días más suspenso que la mejor novela del género. El misterio no consiste en saber si se va a desatar o no una crisis, sino cuando va a ocurrir y que dimensiones va a alcanzar. Esto último nadie puede estimarlo con exactitud, sin embargo, existe al respecto una gran preocupación entre los principales analistas. Parece importante que el público chileno conozca los principales rasgos de la situación. En especial, tienen derecho a ser informados descarnadamente acerca del riesgo al que se encuentran expuestos sus fondos de pensiones. Las autoridades deben tomar ahora las medidas que correspondan para evitar daños mayores. La crisis ya se ha desatado en el punto más sensible: el crédito se ha interrumpido bruscamente. El New York Times ha publicado (8/8/07) un gráfico que lo dice todo al respecto: En julio pasado, las emisiones de bonos totales de las corporaciones estadounidenses bajaron a la cuarta parte respecto del nivel alcanzado un par de meses antes, y los bonos para compras de empresas, hipotecarios, y otros considerados riesgosos, se redujeron a menos de la décima parte. Lo primero significa que el crédito disponible para las corporaciones de la principal economía del mundo se redujo de 120.000 millones de dólares en mayo, a 30.400 en julio. Los segundos se redujeron desde casi 30.000 millones en mayo a 2.400 en julio. Ambas cifras significan una reducción equivalente ni más ni menos al 80% del PIB chileno del año pasado ¡en un solo mes! Estos apretones en el crédito son generalmente los detonantes de las crisis. Marx los describió vívidamente, "mientras en la víspera lo despreciaban pues todo lo compraban y vendían a crédito, ahora los capitalistas braman por dinero como ciervos sedientos por agua fresca”. No es difícil imaginar el impacto de un corte tan brutal. Los primeros afectados han sido aquellos que precipitaron la crisis con su irresponsable comportamiento anterior: los que otorgaban préstamos hipotecarios. En pocos días se han declarado en quiebra y cerrado definitivamente varios de los principales administradores en los EEUU. Solo uno de ellos, que cerró la última semana de julio, de un día para otro echó a la calle a todo su personal, más de 6.000 trabajadores. Otros afectados inmediatos han sido los que se dedicaron estos últimos meses a comprar empresas aprovechando el crédito barato y aparentemente inagotable. Hacia fines de julio, los bancos que habían comprometido el financiamiento para la compra del gigante automotriz Chrysler anunciaron que no hubo interesados en comprar los bonos que emitieron con ese objeto. Lo cual significó que ellos mismos tuvieron que poner la mayor parte de los fondos de su propio bolsillo, puesto que a los pocos bonos que lograron colocar en el mercado les aplicaron un descuento tal que les significó perder todas las comisiones de esta gigantesca operación e incurrir en cuantiosas pérdidas. El mismo día, informaron que tampoco pudieron recaudar fondos comprometidos para financiar la compra de una gigantesca cadena de alimentos. Estas dos operaciones frustradas suman casi 20.000 millones de dólares. Sin embargo, esta enorme suma representa sólo una pequeña parte de los fondos ya comprometidos por los bancos para financiar fusiones y adquisiciones, los que suman un total de 300.000 millones de dólares, el doble del PIB chileno. Ciertamente, no están en condiciones de financiar esa cantidad con su propio capital, a riesgo de quedar expuestos de modo inaceptable. Nadie tiene claro en este momento hasta donde puede alcanzar el problema, especialmente, por las dimensiones que han adquirido los llamados "derivados financieros". Se denominan de ese modo porque no tienen como respaldo capital real, como ocurre con los papeles tradicionales, sino que derivan su respaldo de otros papeles. Las acciones, bonos, y otros instrumentos tradicionales, representan maquinarias, productos, edificios, casas, y otros bienes reales. Los derivados, en cambio, tienen en su base precisamente acciones, bonos y otros de los anteriores... u otros derivados. Y así sucesivamente, en una pirámide sin fin. Es útil tener una idea de las dimensiones que ha alcanzado todo este asunto: el producto interno bruto (PIB) mundial alcanzó el 2006 a 48 billones de dólares -es decir, 48 millones de millones de dólares, aproximadamente unas trescientas veinte veces el PIB de Chile, y poco menos de cuatro veces el PIB de los EE.UU.. Los activos financieros tradicionales, por su parte, suman aproximadamente tres veces el PIB mundial, es decir, poco menos de 150 billones. Pues bien, el conjunto de los derivados financieros se estima en la actualidad en seis veces el PIB mundial, es decir, alrededor de 300 billones. Claro está, no hay que confundirse con esta alquimia. Al igual que los papeles tradicionales no duplican el valor del capital real que representan -se denominan capital virtual-, mucho menos estos derivados pueden duplicar el valor del capital virtual sobre el cual a su vez descansan. El problema es que, como cualquiera podía prever, la base sobre la cual descansa este inmenso castillo de naipes se ha puesto ahora a temblar. El asunto se complica más todavía por el hecho que estos derivados son manejados en parte por un nuevo tipo de empresas financieras, los llamados "hedge funds," que literalmente se traduce como "fondos de apalancamiento". Estos fondos operan prácticamente sin ningún tipo de regulación -las que sí se establecieron para los bancos como secuela de la crisis de 1929. Los principales son apenas un puñado, a veces dirigidos por treintañeros vivarachos, con mucha energía, enormes cojones, y poco más que unas tremendas computadoras a sus espaldas. Sin embargo, manejan fondos que se estiman en 1.6 billones de dólares, el doble del PIB de México y mucho mas que lo que sueñan con manejar los bancos más grandes. Los derivados son el invento muy reciente de una inteligente ingeniería financiera destinada a disminuir el riesgo de las operaciones crediticias. Sin embargo, cual Frankenstein, sus creaciones adquirieron vida propia y dimensiones enormes, y hoy día tienen aterrorizado al mundo entero. En lugar de reducir el riesgo de operaciones sanas, se utilizaron para financiar operaciones bien oscuras, manteniendo la ilusión de un riesgo razonable. El sector emblemático fue el inmobiliario. Agrupando una cantidad de créditos hipotecarios, se crearon derivados que representaban una parte pequeña de ese total, los que se ofrecían como inversiones más seguras que cada uno de los créditos individuales. Y lo eran. Sin embargo, no faltaron los vivos que descubrieron que utilizando dichos instrumentos, resultaba posible mantener un nivel de riesgo que aparecía razonable a los inversionistas, aún disminuyendo la calidad de los beneficiarios finales. De este modo, empezaron a ofrecer créditos hipotecarios a trocha y moche sin fijarse en detalles como comprobar la capacidad de pago de estos últimos. Y mientras el dinero corría a torrentes, bajaban sucesivamente la calidad de los receptores finales en la misma medida que se inflaban los precios de terrenos y construcciones a niveles descabellados, lo cual a su vez aumentaba el espejismo de seguridad de los préstamos, al inflar a su vez las supuestas garantías. Sin embargo, al igual que los árboles nunca tocan el cielo, llegó el asimismo el momento en que la burbuja inmobiliaria se pinchó. Los precios habían alcanzado niveles demenciales y bastó el aleteo de una mariposa para desencadenar una tormenta que puede resultar gigantesca. El primero en dar la campanada fue nada menos que uno de los bancos de inversiones más grandes del mundo. Bear Stearns anunció hace pocas semanas, de un día par otro, que cerraba dos "hedge funds", que habían montado sus ejecutivos estrella, debido a pérdidas en el mercado inmobiliario. A los pocos días, anunciaba que el valor de ambos se había reducido ¡a cero! La semana pasada, el propio Bear Stearns anunció que un tercer fondo suspendía sus pagos, y la renuncia de su vicepresidente. Su reemplazante debutó declarando que la situación era la más grave que había visto en sus 22 años en el negocio. De inmediato se escuchó el eco ¡en Alemania! Un banco de Dusseldorf que pocos conocían (IKB) tuvo que ser rescatado de pérdidas en el mercado inmobiliario estadounidense por el gobierno alemán, cuyo superintendente de bancos pasó todo un fin de semana desesperado llamando banqueros hasta que logró reunir un paquete de salvataje de 11.000 millones de dólares ¡más o menos el superávit fiscal chileno del año pasado! Agotado, el "super" de bancos alemán declaró que era la situación más grave para la banca ¡desde 1931! Las noticias se han venido sucediendo una tras otra. Un banco francés anunció que cerraba una financiera -denominada AXA, sigla que es de temer que pueda resultar ampliamente conocida en Chile, como se verá- por el mismo motivo. Luego vino un banco en ¡Australia! (Macquire) y uno de los principales bancos franceses, PNB Paribas, ha anunciado el cierre de 3 de sus fondos de inversión. Los bancos centrales del mundo han empezado a inyectar dinero en el sistema bancario en cifras inmensas para contrarrestar los efectos del derrumbe hipotecario estadounidense. Solo el Banco Central Europeo ha inyectado en dos días 120,000 millones de euro al mercado en Europa ¡50.000 millones más que los que inyectó tras el 11/9 del 2001!. Los mercados bursátiles están enloquecidos. Un día se derrumban, al día siguiente se recuperan. En las últimas semanas han perdido alrededor de un 10% de su valor -lo que suma varios billones de dólares-, casi todas las ganancias acumuladas en el año, que no habían sido pocas. Los que más han perdido son los bancos, Bear Stearns ha bajado casi un 30% y el Citigroup, el mayor de todos, alrededor de un 25%. Es divertida la manera en que uno de los analistas más inteligentes del Financial Times los compara con el Coyote - si, el gracioso personaje que persigue sin éxito al Correcaminos. Según, él a los mercados les pasa lo mismo que al Coyote cuando sale disparado corriendo por los aires desde el borde del abismo, pero no cae sino hasta que se detiene y mira hacia abajo. Entonces se saca la cresta. Bueno, y encima están los chinos. Este pueblo extraordinario, se levanta como el gigante definitivo del capitalismo a medida que este régimen en su tercer siglo finalmente está empezando a abarcar al mundo entero como modo de producción. Sin embargo, parece tener una debilidad irresistible por todo tipo de vicios. Ahora, decenas de millones de ellos se han aficionado a jugar en las bolsas. Un día de febrero pasado, la bolsa de Shanghai se derrumbó casi un diez por ciento. Muchos alrededor del mundo, incluidos los principales mercados accionarios, pensaron que se trataba del campanazo de inicio de esta crisis que se veía venir desde hace tiempo. Sin embargo, los chinos a la semana recuperaron todo lo perdido, y elevaron su bolsa a nuevos records históricos. Por estos días, si caen todas las bolsas en el mundo, los chinos hacen subir la suya, y cuando las otras se recuperan, la de ellos se derrumba. Cada uno de estos vaivenes en su caso es de 3%, 4% y hasta 6% algunos días, lo cual mataría del corazón a los más fogueados inversionistas de cualquier país. Sin embargo, en China a nadie parece importarle mucho. La situación ha intentado ser descrita en estas líneas más o menos como la vienen pintando los principales medios financieros del mundo y sus analistas más responsables. No hay ni un gramo de exageración en ello, como puede comprobarlo cualquiera que lea todos los días alguno de los periódicos mencionados. La situación es extremadamente grave. ¿Significa que se avecina una crisis de proporciones catastróficas? Como se menciona al inicio, eso nadie lo sabe. Lo que está claro es que la crisis ya empezó y que ya ha adquirido grandes dimensiones. Si llegase a desatarse del todo, ello no significa tampoco que el mundo se va a venir abajo, ni mucho menos. De hecho, las crisis constituyen la manera en que el capitalismo resuelve todos los inmensos desequilibrios que genera durante su expansión desbocada -y vaya desboque que se han mandado en las décadas recientes, siguiendo las locuras neoliberales. Como todas las treinta y tantas anteriores desde que el capitalismo es capitalismo -la primera tuvo lugar en 1825- , ésta tiene sus fundamentos en el corazón de dicho sistema. El mismo mecanismo que le permite revolucionar todo, lo conduce a atochar todo de tanto en tanto. Ello ocurre con la inevitabilidad del día y la noche, pero lamentablemente no con la precisión de un reloj suizo. En ese momento se crean las condiciones para que se desate la tormenta. No todas las veces éstas se desencadenan, como todo el mundo sabe. Por muy amenazador que el cielo se presente. Sin embargo, cualquiera entiende que cuando el día está feo más vale prevenirse. Mejor quedarse en casita, pero si hay que salir, es conveniente llevar buen abrigo y zapatos y no olvidar el paraguas. El que no lo hace corre serio riesgo de empaparse. En el caso de Chile, parece oportuno tomar todas las precauciones del caso. La primera de ellas en el interés público tiene que ver con las inversiones de los fondos de pensiones. Ya no se trata de insistir en la enorme irresponsabilidad que ha significado el conjunto de medidas que han permitido que más de la mitad de los fondos se encuentre invertido en acciones, y otro tanto en el extranjero. Ahora, por desgracia, el asunto es mucho más urgente. Ahora, por desgracia, el asunto es mucho más urgente. Se mencionó más arriba entre las reventadas, a una financiera francesa llamada AXA. Pues bien, en el listado de inversiones de las AFP en el extranjero, al menos a marzo del 2006 del cual se dispone, aparecen más de 435 millones de dólares invertidos en instrumentos emitidos por una financiera llamada... AXA -aparte de algunos millones de dólares en acciones del banco Bear Stearns. Por otra parte, la Superintendencia respectiva registra que entre el 25 de julio pasado, cuando alcanzaron su nivel máximo y hasta el 7 de agosto, los fondos de pensiones habían perdido 1,5 billones (millones de millones) de pesos, equivalentes a aproximadamente 2.910 millones de dólares (ver www.cendachile.cl). Es decir, en dos semanas han perdido más de tres cuartas partes del total cotizado el año anterior. Y la cosa sigue. El público tiene derecho a conocer exactamente cual es el nivel de riesgo a que están expuestos sus fondos. La autoridad debe informar al respecto, y si no lo hace, alguien debe exigírselo.
16 Agosto 2007
Afirmarse los pantalones
Columna de opinión de Manuel Riesco, publicada en el Mostrador el 13 de agosto de 2007
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