29 Noviembre 2007

Crisis real de la riqueza ficticia

Columna de opinión de Alexander Schubert, economista y politólogo, publicada en El Mostrador el 29 de noviembre de 2007.

Columna de opinión de Alexander Schubert, economista y politólogo, publicada en El Mostrador el 29 de noviembre de 2007. Quien haya seguido los acontecimientos actuales en el mercado mundial de créditos, seguramente se ha asombrado de las sumas que bancos, fondos de inversión y otros están perdiendo a raíz del derrumbe de los valores hipotecarios en diversas partes del mundo. Las sumas son tan cuantiosas, que cuesta imaginárselas. Y especialmente cuesta imaginarse qué es lo que representan. Es que se trata de valores contables de una riqueza que no se materializa en ningún bien real. Se trata de la propiedad sobre los ingresos futuros de las personas y las empresas. O sea, de una riqueza ficticia, cuya importancia económica ha pasado a ser muy superior a la riqueza real. Según un reciente informe de la OCDE, las pérdidas a raíz de la crisis hipotecaria podrían alcanzar hasta 2008 la suma de 200.000 millones de dólares. Esto equivale a aproximadamente 12 veces el valor bursátil actual de General Motors, uno de los mayores fabricantes de automóviles del mundo. O sea, lo que se perdería de ser efectivo el cálculo de la OCDE equivaldría al cierre de 12 empresas similares. En el mundo real, ello representaría una crisis tremenda. En el mundo ficticio, pareciera ser poco relevante. Eso tiene dos razones fundamentales. Por un lado, porque frente al total de la riqueza ficticia acumulada en el mundo, las actuales pérdidas todavía son minúsculas. Segundo, porque por tratarse de un fenómeno históricamente nuevo en sus formas, no se perciben todavía sus graves amenazas y repercusiones. Frente a un producto mundial anual real equivalente a cerca de 50 trillones (en terminología norteamericana), el capital ficticio supera los 150 trillones de dólares (cifras de 2005, ya que el FMI dejó de publicar la serie respectiva), o sea, en tres veces. Comparado con esto, los 200.000 millones de pérdidas posibles calculadas por la OCDE, no son más que una pulga, o “peanuts”, como dicen los banqueros con plata. El problema está, sin embargo, en que esos 150 trillones son la suma de los supuestos valores de muchos papeles que ahora ya no tienen precio. O sea, que no valen nada, y que por tanto harán disminuir los 150 trillones no sólo a 149,8 si la OCDE tiene razón, sino a mucho menos, como es de suponer. Nadie es capaz ni siquiera de imaginar una pérdida de capital ficticio, por ejemplo, del orden de 15 trillones, un 10 por ciento del total. Pero esa pérdida haría derrumbar todo el sistema bancario capitalista, incluyendo, por supuesto, el chino, tan asiáticamente sólido, como suponen algunos. No desaparecería ni una sola fábrica o empresa del mundo real; pero sí la propiedad ficticia de los superricos y de todo el resto. Lamentablemente no sólo sufrirían los magnates bancarios (más bien, estos no sufrirían nada). Lo grave es que decenas de millones de familias perderían sus ahorros y la posibilidad de disfrutar de sus bien ganadas jubilaciones y otros beneficios tan esperados y justificados. Y quedarían cortados de las fuentes de financiamiento para renovar sus deudas. La caída del consumo sería espectacular, y el deterioro social y productivo inimaginable. Pero, ¿no será una exageración pensar que del capital ficticio de 150 trillones se pueda perder un 10 por ciento? Pues bien, observando la volatilidad diaria de las cotizaciones de los papeles que constituyen el capital ficticio mundial, esta estimación más bien resulta conservadora. Bien se podría pensar que en determinado momento las pérdidas podrían ser mucho mayores, y no de manera pasajera, sino permanente. De ocurrir, nadie escaparía de sentirlo. El remezón sería terrible, y posiblemente equivalente al remezón de las invasiones del imperio romano por los “bárbaros” germánicos. Ellas hicieron desaparecer ese imperio. Sería la invasión del mundo ficticio por la simple y pura realidad capitalista. Se derrumbaría la ilusión de que las ficciones pueden brindar e, incluso asegurar, el bienestar de la población. El remezón sería trágico, pero quizás saludable. Depende de las alternativas que vayan surgiendo.



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