La oficina que desde hace 7 años ocupa Bresciani Gray arquitectos en Pedro de Valdivia con costanera tiene una mini cocina con refrigerador, platos, vajilla y tal. No es que alguien viva ahí, pero un poco de hogar hay donde trabaja Sebastián Gray (Nueva York, 1959). Hay también un librero, fotos y planos de proyectos construidos (como la Librería Ulises de Lastarria), una suerte de diario mural y páginas de diario pegadas en una pared.
En medio de todo, antes de empezar la entrevista, aparece Gray sentado para la foto. Literalmente. Acompañado de un par de objetos por los que siente aprecio –un bastón africano de ébano y un piño de eucaliptus del Campus Comendador–, parece estar en lo suyo, aun si cabe agregar que lo suyo son o han sido varias cosas: por de pronto profesor de taller de arquitectura de la UC, responsable de la Bienal de Arquitectura y Territorio 2012, tres veces curador del pabellón chileno en la Bienal de Venecia, Miembro del Círculo de Cronistas Gastronómicos de Chile (AG). Y falta todavía.
Hartos años atrás, como presagiando lo que hoy hace City Tour, apareció en un descapotable de los 50 circulando por el centro de Santiago e ilustrando al telespectador del cable acerca de los aciertos, problemas y horrores arquitectónico/urbanísticos de la esquina de Agustinas con San Martín. Tiempo después se convirtió en columnista, primero en La Nación y luego en El Mercurio, con cuyo suplemento V/D colabora hasta hoy, con énfasis últimamente en cuestiones patrimoniales que no se divorcian de lo cívico. Ni de lo histórico, ni de lo político.
Adicionalmente, en Twitter se expresa sin mayor timidez sobre temas de todo orden y sus más de 5 mil seguidores ven en el avatar de su cuenta las rayas del signo “igual”. Mal que mal, es fundador y director de la Fundación Iguales y al momento de la entrevista afinaba detalles de una nueva Marcha por la Igualdad. Siendo ya voz validada en lo que toca a la ciudad y a las aspiraciones de las minorías sexuales, el úl- timo jalón de su trayectoria como líder de opinión cristalizó el 6 de junio, cuando lo eligieron Presidente Nacional del Colegio de Arquitectos para el período 2013-2015.
Dice que acaso por eso lo eligieron: por asumir cierto liderazgo, por su visibili- dad. Pero lo que no está muy visible es el gremio, agrega. Su “plataforma electoral” iba en esa dirección, diagnosticando una “inercia histórica” en su accionar. Aunque insiste en que nunca previó que terminaría de presidente. Poco antes de eso, recibe un llamado de un diario a propósito del conflicto por el mall de Castro. Hace un par de comentarios, en su nueva calidad de dirigente gremial, tras lo cual corta. Sin abandonar el tema: “No se ha cumplido la normativa, los permisos de obra no se dieron en regla y tampoco se han cumplido las órdenes de paralización. O sea, no se ha cumplido nada. Es una política de hechos consumados, muy nefasta”.
-¿A Qué aspiran ahora con el mall en Chiloé?
-Lo que pasa es que es muy difícil demoler. Queremos que se demuela –demoler dos pisos, no arrasar–, lo que en este caso sería una lección imborrable al empresariado y a la ciudadanía: que es posible, que hay control, que hay castigo. Nadie le prestó mucha atención al tema hasta que se publicó una foto en la prensa y estalló el escándalo. Y ahí vimos un alcalde que se ve completamente sorprendido por su propia ignorancia y decide llamar a una consulta ciudadana ex post.
-¿Qué pasa si hay muchos chilotes contentos con tener ciertas ven- tajas de “ser moderno”?
-Pero esto es un travestismo de ser moderno. Es lo que creen que deben ser. Vi por streaming la sesión del Concejo Municipal en que los arquitectos de Castro hacían una presentación sobre el mall y por qué no había que hacerlo. Y de repente un grupo de mu- jeres empezaron a decirle a los arquitectos: “Ustedes son los traidores, no quieren a esta ciudad, quieren que sigamos siendo pobres”. Y en un momento de exasperación salta una de estas mujeres y grita “¡Yo quiero el mall más grande! ¡Yo quiero escaleras mecánicas!”. Ésa es la visión de la modernidad: no tiene nada que ver con defender o no el patrimonio de Castro. Eso es puramente aspiracional, en un país en que lo aspiracional lo comanda absolutamente todo.
-La Unesco acaba de recomendar no demoler pisos superiores del mall de Castro.
-Unesco es una organización sin posibilidad de injerencia en la legislación local de sus países miembros. Podrían haber recomendado alterar el mall de Castro, incluida su demolición parcial, pero sospecho que no lo hicieron para no entrar en un debate francamente bochornoso para el gobierno de Chile. Aunque sin duda hemos pasado a ser el idiota de la familia con ese triste espectáculo.
-¿Cómo entra en todo esto la relación entre ética y estética?
-“Más ética, menos estética” fue el lema de la primera Bienal de Venecia. El concep- to de profesión implica una postura ética, no hay que olvidarlo. Se nos olvida el origen histórico de la profesión y el sentido, por lo tanto, de la educación universitaria, que también se ha convertido en una ficha de cambio aspiracional. Tener una profesión no es sólo tener un saber, sino profesarlo, defenderlo con un discurso que es finalmente político. Ahí está la dimensión ética de la profesión. Profesar tiene la misma raíz etimológica que profesor, que es tener una fe, una certeza, y propagarla. Entonces, es imposible que el arquitecto no sea un ente político y es imposible que el arquitecto no tenga una postura ética, como la que tiene que tener un abogado o un médico.
-¿Y si no la tiene?
-Es tan pernicioso como un mal médico o un mal abogado. Esta dimensión ética se proyecta hacia la sociedad, qué otra cosa podría explicar que haya unos arquitectos que hacen las atrocidades que hemos visto en lugares como Castro, Puerto Montt, San Antonio y que se abanican con la opinión pública. El colegio no tiene ninguna posibilidad de amonestar a ese arquitecto. Hay una ley que duerme hace años en el Con- greso y que propone recuperar parte de las atribuciones perdidas por los colegios profesionales el 85. Me corresponde insistir para que esa ley se haga una realidad.
-¿Qué es hacer “buena arquitectura”?
-Si la pregunta se refiere al efecto de la arquitectura en la ciudad, la buena arquitectura es la que se suma como una pieza más en un continuo de paisaje urbano y espacio público de calidad. La arquitectura compromete una responsabilidad colectiva más allá de los atributos singulares de un edificio. Las normas urbanísticas deberían garantizar esa calidad colectiva, pero la realidad chilena es que las normas sólo garantizan la rentabilidad del ne- gocio inmobiliario. Esto se hace bajo una concepción equivocada de desarrollo donde la expansión económica va en desmedro del bienestar social, que debe derivar del entorno armónico y el medioambiente sano. En ciudades con normativas muy estrictas, como algunas ciudades europeas y norteamericanas, el negocio inmobiliario es súper sano y es un buen negocio: el valor del suelo se ajusta a la disponibilidad y aparecen nuevas oportunidades fuera de los cascos históricos y se resuelve así un problema de planificación. Porque la planificación finalmente debe preocuparse de regular el valor del suelo y limita la especulación.
Lo urgente y lo importante
“El Colegio de Arquitectos tiene que asumir un rol más aguerrido y arriesgado, aunque sin transgredir las normas de convivencia”, plantea Gray. “Se necesita levantar la voz, como la están levantando hoy en día casi todas las organizaciones sociales. Los tiempos lo exigen: ya dejamos de ser niñitos en un corral en este sistema político y eso yo lo expliqué ante una enorme audiencia de gestores inmobiliarios y corredores de propiedad en un seminario en Casa Piedra. Les dije: ‘La participación ciudadana llegó para quedarse, uste- des se adaptan o se mueren. Olvídense que van a poder hacer cualquier cosa y pensar que la ciudadanía no los va a encarar o a exigirles simplemente a gritos, por no decir piedras, lo que realmente quieren’”.
-¿Cuál es el debate urbano más urgente?
-Nuestras ciudades dejaron de ser planificadas: están creciendo de una manera totalmente inorgánica, desordenada. No son ciudades muy bellas, sino más bien relativamente feas. No hemos resuelto los pro- blemas gravísimos de desigualdad que nos distinguen en el mundo entero de la peor manera posible, todo aquello que uno podría esperar de una organización inteligente, de una sociedad relativamente educada. Nada de eso lo hemos logrado cuando se trata de las ciudades, todo es una improvisación y todo es un parche. Todas las propuestas urbanas han sido tratando de resolver un problema que ya está encima, no hay ningún plan visionario a largo plazo que se haya podido concretar, como sí lo hubo en el siglo pasado.
-¿En qué está pensando?
-Un plan vial de gran magnitud, como el anillo interior que fue el primer ferrocarril que dio la vuelta por todo Santiago. Como Américo Vespucio, como la Norte Sur y las nuevas urbanizaciones que se pro- yectaron hacia mediados del siglo XX. Había cierta coherencia entre las municipalidades. Hoy lo único que se acerca a este tipo de planificación es el Metro, o las autopistas urbanas, pero con pésimo impacto en el espacio público y el paisaje de la ciudad