16 Octubre 2008

Calle a calle

Columna de Cristián Warnken, publicada en blogs de El Mercurio el 16 de octubre de 2008.

Columna de Cristián Warnken, publicada en blogs de El Mercurio el 16 de octubre de 2008. Nací en Pedro de Villagra 2667, en Vitacura. Cierro los ojos y me veo corriendo entre otros niños de mi edad, cantando junto a la reja (me encantaba cantar), vendiendo limonada, jugando a la pelota (era malo y me ponían siempre de arquero), esperando los jueves que el quiosquero -que llegaba muy temprano en motocicleta- lanzara la revista "Mampato" a mi patio. ¡Ah, ese sonido de la revista "Mampato" cayendo sobre el pavimento...! No lo olvidaré nunca: sigo esperando que los jueves suene otra vez, como ayer, la revista contra el suelo. Aunque yo no sea el mismo, aunque la mítica revista ya no exista. Porque nuestra infancia nunca muere dentro de uno. Uno se traiciona -sin quererlo- muchas veces en la vida, pero la infancia es el último barrio que se rinde, la última en capitular ante el enemigo, que muchas veces resultamos ser nosotros mismos. Todos nos vamos de Ítaca, y nos alejamos de ella para recorrer locas lejanías, pero terminamos volviendo para comprender que el objetivo de toda exploración era regresar a nuestro propio jardín y ver las cosas por primera vez. Yo volví hace tres años a Vita-cura. Al olor a pasto mojado, a las calles con árboles y pájaros, a los niños como pájaros revoloteando en las plazas, a la "Plaza del Hoyo", a las dignas y austeras casas "Ley Pereira", a la calle Candelaria Goyenechea, con un cierto misterio intacto aún, y a tantas caras de vecinos que nunca se fueron, como si hubieran tenido que permanecer ahí, guardianes anónimos de un barrio inventado por mi memoria. ¿La había soñado o era verdad? Con los años, lo que soñamos y vivimos se funde, como si cruzáramos al otro lado del espejo. ¿Qué había cambiado? Las nanas peruanas con su dulzura y sus secretos (sus penas vallejianas) llegadas en los últimos años; los antiguos paraderos abandonados, víctimas de los absurdos nuevos recorridos que ignoraron nuestras verdaderas distancias. Nueva Costanera había perdido su sencillez original, pero ahí estaba el mismo árbol plantado por mi padre hace 50 años. Vitacura -a pesar de todo- seguía siendo en esencia la misma, un barrio lleno de infancia, de ca-lles con casas y patios pensados pa-ra que se derramen en ellos la no-che y la mañana. Muchos cafés o nuevos negocios, e incluso edificios amables, habían aparecido como invitados a la fiesta de mi memoria: los estuvimos esperando, como si siempre hubieran estado ahí. Los barrios que no mueren son los que -incorporando todo lo nuevo y forastero- no dejan de ser ellos mismos. Sutil alquimia en que el futuro no derrota el pasado, sino que lo hace presente. Pero la hybris (la desmesura, según los griegos) está hoy poniendo en peligro mi frágil barrio, mi ciudad interior, como la de tantos otros. Siento que es hora de defender nuestras calles con todo lo que somos. No hay nada peor que extraviarse y no encontrar el camino de vuel-ta a casa. Ojalá que en octubre, en todas las ciudades del país, en el silencio de la urna, nuestro lápiz marque los límites de un nuevo mapa, en la intimidad de una elección que no tiene que ver con lealtades a pactos o alianzas, sino con nuestra propia infancia. Yo voy a votar por el olor a pasto mojado, por las calles donde puedo cruzar al pasado a recoger un recuerdo para traerlo de vuelta... Yo no me rindo a los intereses creados. Los niños, cuando sueñan, son valientes y puros. Y hay un niño en mí que se levanta para enfrentar a la avidez inmobiliaria en su jardín y en su esquina. Hemos crecido porque seguimos siendo los mismos niños jugando a lo mismo, pero en grande. Y tú, lector, ¿quieres jugar conmigo a salvar estos barrios que somos? Empuña tu lápiz frente al voto, como espada, para notificar a todos aquellos (sean del signo que sean) que no han cuidado nuestra infancia, ese barrio siempre perdido, siempre recobrado. Todo niño sabe que las grandes batallas se pueden ganar nada más que con un papel y un lápiz. Calle a calle.



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