07 Octubre 2007

Santiago, ciudad de locos

Carta al director del arquitecto Christian de Groote, publicada en diario El Mercurio el 07 de octubre de 2007.

Carta al director del arquitecto Christian de Groote, publicada en diario El Mercurio el 07 de octubre de 2007. Señor Director: El viernes 28 de septiembre nos enteramos de que la Municipalidad de Las Condes dio luz verde a la transformación del Estadio Santa Rosa en un futuro proyecto inmobiliario de tres torres de 23 pisos de altura cada una, 123 mil metros cuadrados construidos, 2.056 estacionamientos y una inversión de 282 millones de dólares, el que, previo al pago de suculentos derechos municipales, obtendrá la aprobación de la respectiva Dirección de Obras. Así, este proyecto se suma a la Torre Titanium de Senerman y al Costanera Center de Paulmann. Creo que todas y cada una de las autoridades que algo han tenido que decir en este despropósito, incluida la Pontificia Universidad Católica y su Club Deportivo, el MOP y el Minvu, las direcciones de Obras de las municipalidades de Providencia y Las Condes, nos deben una explicación. Lo mismo los organismos gremiales de arquitectura y los expertos en ingeniería de tránsito, por no haber levantado la voz ante tamaño despropósito, como tan bien hacen los ambientalistas ante cualquier amenaza al bosque nativo, a los cisnes o ballenas, ventisqueros y ríos, hasta el punto de ser capaces de amenazar públicamente desde el extranjero ante cualquier insinuación de proyectos hidroeléctricos en la Patagonia. Estos terrenos, sin importar los malabares legales que se hayan hecho, siempre han tenido como destino el de ser área verde y parte integral del parque de la ribera sur del Mapocho, que debía extenderse ininterrumpidamente desde el Parque de los Reyes al poniente hasta el Parque de las Américas al oriente, rematando en El Arrayán. Todos sabemos que las medidas llamadas "de mitigación" que se les han exigido a estos proyectos son un pálido remedio para lo que realmente se necesita. Sabemos también que las inversiones públicas requeridas para permitir que circule la sangre por un nudo que de otra manera terminaría en tejido necrosado las pagaremos de capitán a paje, tengamos o no velas en el entierro. Y esto, mientras las municipalidades llenan sus arcas y miran para el lado. Si sacáramos la cuenta de la inversión pública por hectárea que va a significar dar una mediana solución vial a este triángulo de no más de 500 hectáreas, y la confrontáramos con lo que se invierte en infraestructura en el resto del Gran Santiago, con más de 70 mil hectáreas de superficie, o en el mismo Transantiago, veríamos que estamos frente a la más atroz de las discriminaciones.



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